Cómo iba a nacer nuestro bebé… Nunca me había hecho esa pregunta, ni sabía la importancia que tenía. Me preocupaba la reacción de mi cuerpo al dolor y cómo lo viviría mi bebé, ¿sentiría lo mismo que yo? No paraba de formularme preguntas sin respuesta, pero poco a poco de lo que sí estuve segura era de que quería que mi bebé marcara los pasos y el ritmo del proceso. Y el final, el lugar… ya se vería!
Las personas que nos acompañaron nos ayudaron muchísimo, su papá, Montse y mi hermana me conocían, sabían perfectamente qué hacer en cada momento sin necesidad de pedirlo y es algo que facilitó mucho las cosas. No tenía que hablar, ni pensar, sólo tenía que dejarme llevar. Había tenido contracciones las dos últimas semanas a última hora de la noche, pero… éstas eran diferentes, por la mañana, cada más tiempo y… seguían.
La mañana fue relajada. Después de comer decidimos llamar a Montse para contarle cómo iba todo. Vino a última hora de la tarde y cenamos todos tranquilamente. Las contracciones fueron aumentando por la noche. Su papá y yo la pasamos en el salón, dándonos la mano e intentando dormir. Fue pasando el tiempo, que ahora recuerdo algo borroso, y cada vez se acercaba más el momento. La última parte de la dilatación estábamos en el agua, rodeados de velas, su papá me echaba agua calentita en la tripa en cada contracción.
Y llegaron las ganas de empujar. Estábamos en nuestra habitación, nuestro espacio. Hacía calor, abrían y cerraban las ventanas, yo no tenía que preocuparme de nada. Me movía, de lado, cuatro patas, la pelota, un abanico, almohadones… todos se acomodaban a mí sin palabras, sólo viéndome o por mis mínimos gestos.
Las últimas horas fueron duras. Grité como nunca pensé que lo haría. Y ahí llegaba. Las dos últimas contracciones las recuerdo con una mezcla de nerviosismo, miedo y locura. Supongo que la adrenalina del final haría su trabajo.
Montse me dio a nuestro bebé sobre mi pecho. Era grande, 4.250 gr ! .
Recuerdo que a su papá le resbalaban las lágrimas. Frotábamos a Adrián con toallas y poco a poco fue reaccionando.
Nos acomodamos en la cama y nuestro bebé estiró los brazos para vernos. Tenía fuerza y ya buscaba el pecho para mamar. Relajación.
Ahí estábamos nosotros tres, tumbados. Montse y mi hermana seguían preocupándose de todo mientras nosotros nos conocíamos, acariciábamos y nos queríamos.
El resto lo recuerdo muy borroso. Cuando el cordón dejó de latir, su papá lo cortó y la placenta salió enseguida. No tuve ningún punto, todo íntegro y perfecto.
Fue uno de los días más felices de mi vida. Ahora Adrián tiene diez meses y cada una de sus sonrisas hace que la vida sea más maravillosa.