Mi primer parto terminó en la cama de un hospital, después de 30h de pródromos en casa. Y salvo porque nació mi hija, lo recuerdo como una experiencia fría y deshumanizada.
 

Cuando supe que estaba embarazada de nuevo, no dude ni un instante, volvería a intentarlo, quería dar a luz en casa. Durante el embarazo gané confianza. Me fui empoderando…

Recuerdo cuando llegaron las contracciones, seguidas y muy intensas. Sentí que los miedos se disipaban. Me sentí poderosa, conectada con una sabiduría ancestral. Había llegado el momento! Era consciente de cada contracción y deseaba con todas mis fuerzas parir a mi hijo Liam entre los míos.

De pie, agarrada a un fular que colgaba del techo, noté como me rendía confiada a mi naturaleza de mamífera y sentí que el dolor se transformaba en placer. Un placer sorprendente que me liberaba abriéndome las entrañas y haciendo camino a Liam, que nacía solo.

Parí con placer.

Con mi hijo en los brazos, mi hija de 4 años cantando y mi marido y mi hermano a mi lado. Estaba en casa…acompañada de todos los que quería. En silencio y con alegría abracé la noche, llena de satisfacción por demostrarme a mi misma que podía parir!